En la actualidad uno de los pilares sobre los que descansa el funcionamiento de la sociedad en los inicios del siglo XXI es el sistema de transporte. El análisis de las consecuencias de recientes catástrofes con múltiples victimas, por causas naturales (terremotos y tsunamis) o por actos terroristas (Nueva York, Moscú, Madrid o Londres desde el 11-S) ha puesto de manifiesto que las infraestructuras y el conjunto de elementos relacionados con la movilidad y el transporte son, por una parte, esenciales para actuar sobre sus consecuencias, como ya era conocido; pero por otra, que también se han constituido en sí mismos en puntos muy sensibles a la hora de contabilizar los impactos de una catástrofe. Los entornos relacionados con la movilidad suponen grandes concentraciones humanas en áreas reducidas (estaciones, túneles, trenes, autobuses, etc.) al tiempo que en el proceso de transporte se da una falta de protección individual y de autodefensa como consecuencia de la situación “in itinere” de la persona.»